El médico que descifró los latidos del corazón

El holandés Willem Einthoven desarrolló a comienzos del siglo XX los primeros electrocardiogramas y consiguió identificar parte de la actividad cardíaca, lo que le valió un Premio Nobel

DAVID VALERA

Al hacer ejercicio es muy habitual echar un vistazo a un aparato en la muñeca que mide las pulsaciones, lo que ayuda a regular el esfuerzo. En una habitación de hospital muchos enfermos tienen conectado un pequeño monitor con el que se controla el ritmo cardíaco. Son solo dos ejemplos de lo cotidiano que es en la actualidad conocer la actividad del corazón. Sin embargo, el primer aparato que consiguió medir esa actividad a comienzos del siglo XX ocupaba dos habitaciones y pesaba más de 200 kilos. Además, las famosas gráficas que aparecen al realizar un electrocardiograma como si de un polígrafo se tratara también hace apenas un siglo que se descifraron. Un paso fundamental para entender el funcionamiento del corazón y poder detectar posibles anomalías en un órgano vital sin una técnica invasiva. Y esos avances tuvieron en el médico Willem Einthoven uno de sus principales artífices.

Einthoven nació en 1860 en las Indias Orientales Neerlandesas, la actual Indonesia que entonces era una colonia de los Países Bajos. Allí estaba destinado su padre, doctor del Ejército holandés. Sin embargo, siendo todavía un niño su progenitor falleció y la madre del menor decidió regresar al Viejo Continente. En concreto, Einthoven realizará sus estudios en la ciudad holandesa de Utrecht. Pronto destacó por su brillantes calificaciones y siguiendo los pasos de su padre el joven se formó como médico en la Universidad de Utrecht. En un primer momento pareció decantarse por la oftalmología como especialidad, como demuestra que sea esta rama de la medicina la que centra su tesis. De hecho, publicó varios escritos sobre la materia con relativo impacto, lo que le permitió conseguir a una edad temprana -sin cumplir los 30 años- la cátedra de fisiología en la Universidad de Leiden.

Desde su nuevo puesto académico comenzó a estudiar el sistema respiratorio y a partir de ahí entró en contacto con el comportamiento del corazón. Hay que tener en cuenta que a finales del siglo XIX se sabía que este órgano emitía pequeñas corrientes eléctricas, pero la tecnología de la época impedía medirlas con precisión. Un de los primeros intentos con cierto éxito lo llevó a cabo el físico Gabriel Lippman, que consiguió desarrollar un primitivo electrocardiograma. El valor de su artilugio radicaba en que consiguió transformar esa actividad eléctrica del corazón en ondulaciones gráficas sobre un papel. El problema era que se estropeaba con bastante facilidad y cometía bastantes errores a la hora de medir la actividad cardíaca.

Descifrar el electro

Sin embargo, Einthoven analizó ese modelo con interés y se propuso mejorarlo para hacerlo más fiable. Así, en 1901 publicó un estudio sobre el electrocardiograma que había diseñado. Un texto que no logró el eco que el médico holandés habría deseado, pero eso no le hizo rendirse y dos años después publicó otro estudio aportando varios electrocardiogramas. Sin embargo, lo más relevante es que descifraba gran parte de esa gráfica. En concreto, las distintas curvas y picos que registraban esas ondas en el electrocardiograma las denominó P, Q, R, S y T. Cada una de esas letras hace referencia a la actividad de diversas partes del corazón (por ejemplo, la P corresponde a la aurícula y la Q al ventrículo).

El gran problema de este primer electrocardiograma radicaba en su tamaño. Y es que era enorme al ocupar dos habitaciones y pesar 270 kilos, lo que complicaba su manejo. En cualquier caso, Einthoven continuó mejorando su invento y publicando sus resultados. De hecho, en 1908 comenzó su comercialización, aunque la demanda fue baja los primeros años. A pesar del poco éxito de ventas, sus avances en el análisis y conocimiento del corazón fueron reconocidos por la comunidad científica mediante la concesión del Premio Nobel de Medicina en 1924. Tres años después de recibir este galardón, Einthoven falleció sin poder ver la trascendencia que alcanzaría su invento. De hecho, a partir de 1930, con diversas aportaciones técnicas de otros científicos el electrocardiograma se convirtió poco a poco en un aparato mucho más manejable y un instrumento cada vez más demandado en los hospitales de todo el mundo.